jueves, 2 de octubre de 2014

Especial 2 de Octubre. Otra historia que se recuerda.


EL DESPERTAR DE UNA MEMORIA SINDICAL
Por: Armando Reyes y Toscano
Edición. Fernando Sandoval

                        Sonaba la chicharrita a las seis de la mañana y era hora de levantarse para ir a la fábrica, aun, no salía el sol, con frío, mi padre le daba a los pedales de su bicicleta, mis piernas se dormían en el trayecto y despertaban al tocar la campana a las siete en punto de la mañana.
                        Yo no sabía cómo iba a ser mi vida de joven, por lo pronto había que aprender el oficio de mi padre, atador, repasador y urdidor, que la verdad no me gustaba, él quería enseñarme su trabajo,  porque no conocía otro oficio.
                        Mi padre trabajaba doce horas diarias, no revisaba tareas, ni sabía de las enfermedades de mis hermanos. Al salir de mi pequeña jornada, el zumbido de los motores de los pesados telares drapers, se quedaba media hora o más en mis oídos. Poco a poco el canto de las aves, que habitaban en los árboles  del carril de la rosa, lo suplía. La más de las veces corría para alcanzar al viejito de la carreta, jalada por sus mulas y me trepaba en ella para aligerar el camino de regreso a la casa. Los sábados eran especiales, Cholita mi madre me decía, corre a alcanzar a Tonchi y que te de 10 pesos para los bistecs, mientras,  preparo la salsa  de guajillo en el molcajete  que tanto le gusta y te gusta. Al regresar,  ya el carbón ardía en el bracero y la cazuela caliente recibía los bistecs para todos nosotros.
                        Mi padre había quedado huérfano durante la revolución, de la cual de oídas, sabíamos un poquito. De la Independencia de México, sí que nos gustaba, más los días previos a su celebración, días en que bajaban marchando decenas de niños de la colonia 5 de mayo, redoblando muy erguidos sus tambores, dirigidos por la trompeta de un viejo patriota que nos platicaba del cura Hidalgo, pronto alcanzábamos la fuente de los muñecos y ya muchos de nosotros nos sentíamos prestos a librar cualquier batalla contra los conservadores.
                        Mi madre vivió de niña con la tía Julia,  hermana del párroco de la iglesia de San José. Su tío Pedro Toscano allí la conoció,  cuando recién había terminado sus estudios en el seminario. Desde el pulpito cruzaban miradas y no tardo en abandonar su sotana para desposarla. De ella aprendió los platillos poblanos más exquisitos, entre los que destacaba el mole poblano.
                        Smith nos dice: “en todo país grande tanto los vestidos como los muebles de la abrumadora mayoría de la gente son el producto de su propia industria”. Pag.515
           
                        En la zona había muchastextileras y la mano de obra abundaba.  El Pañuelo, Hilaturas Leal, jergas Salgado, Xonaca Textil, San Juan de Amandi, Cia. Industrial San Felipe, El Rosario,  rodeadas dedecenas de hectáreas de tierra,sembradas de maíz. Las calles no tenían asfalto, ni agua potable ni drenaje y la energía eléctrica no llegaba a la mayoría de las colonias aledañas a la mía, mucho menos las líneas telefónicas. Los aboneros pululaban en nuestras calles ofreciendo pantalones para niños, camisas, ropa interior, zapatos,  en cómodos paguitos semanarios. Don Javier, güero,ojiverde y gordito, también se paseaba por las vecindades para ofrecer préstamos de dinero  a las amas de casa a bajo interés, siempre era bien recibido y se retiraba con una sonrisa satisfactoria.
                        El salario de mi padre apenas alcanzaba para las necesidades básicas de nuestra familia, pensar en un mercedes Benz como el del patrón, era una locura, o del fíat de Pancho el administrador, menos. Abundaban las bicicletas y los niños nos dábamos vuelo en la calle. Alguna vez incursionamos al zócalo de la ciudad, varios de nosotros no lo conocíamos.Cruzamos puentes como el de San Francisco  o el de la colonia Analco, nos gustaba la Catedral, la iglesia de la Cruz, la de San Francisco y su convento, la de Fátima y la de Xonaca. No acostumbrábamos asistir a misa, no nos gustaban los  sermones de los padres, menos su duración y ritos, recuerdo alguna fiesta del 12 de diciembre en las instalaciones de la fábrica, que organizó el patrón, casualmente unamisa en domingo, el sacerdote invito a los obreros y empleados a confesarse, cuando escuche que mi padre decía muy bajito, yo no voy porque todo lo que confieses, va a parar a oídos del patrón. El sacerdote levanta la ostia y dice este es el cordero de dios y más adelante, llama a los obreros a  comulgar.
                        Mientras crecía, no tuve la fortuna de presenciar la elección de su delegado sindical, sus sesiones las hacían en el recinto de la federación y transcurrían sin mayor problema.
                        Los desfiles del primero de mayo eran una fiesta, era el día en que estrenaban ropa, zapatos, calcetines y su sombrero, que surtían en los almacenes del centro de la ciudad y que les descontarían de su raya semana tras semana. Ya siendo universitario, nos tocó vivir el primero de mayo de 1973, de volanteo, de protesta contra el  charrismo sindical, y que culminó con la represión del gobierno local y un enfrentamiento de universitarios con la policía y pistoleros, donde murieron 5 compañeros.
                        Puebla estaba cambiando, México también y el mercado internacional entraba en una crisis que nos arrastraba hacia la imposición del tope salarial, como única salida para detener la galopante inflación, la actividad creciente del sindicalismo independiente y la disputa por la dirección de la economía entre la clase patronal y el gobierno del presidente Luis Echeverría.


NO DEJAMOS QUE TOMARAN EL CAROLINO

La entrada de hijos de obreros y campesinos a la Universidad, disgusto a los grupos de la iniciativa privada, el acercamiento con la clase obrera, largamente engañada y manipulada por empresarios y líderes eternizados en el poder sindical, fueron orientando a una proletarización a estudiantes y maestros, que brindaban apoyo irrestricto a sus movimientos de libertad y democracia sindical. El primero de mayo de 1973 durante el desfile de los obreros, decenas de brigadistas repartíamos volantes contra el charrismo sindical, personificados en Fidel Velázquez y Blas Chumacero, cuando policías civiles y uniformados arrebataron la propaganda, secuestrando a estudiantes y maestros universitarios. Los que logramos escapar, dimos aviso a los Comités de lucha inmediatamente. La tensión iba en aumento cuando un sedán Volkswagen, con policías a bordo, disparó contra estudiantes, siendo detenidos inmediatamente y trasladados al interior del carolino. La provocación, estaba perfectamente orquestada por parte del gobierno estatal. Gritos y silbidos abundaron, decenas de granaderos avanzaron con escudos y armas, para consumar las órdenes del gobernador y del obispo Márquez y Toriz. Y no dejamos que los granaderos tomaran el carolino como Díaz Ordaz, lo hizo con la Unam y el campus de Santo Tomas del Instituto Politécnico Nacional. Los que estábamos, defendimos con todo lo que teníamos a la mano, -Tlatelolco- no se repetiría en Puebla, se preveía un ataque del gobierno de Gonzalo Bautista y por las noches hacíamos bombas molotov y Stalin, contábamos con montones de piedras en la azotea, en las esquinas y el frente. Cuando los granaderos avanzaron para sofocar el fuego del vocho incendiado, sobre la Maximino, a lado de la iglesia de la compañía, se escudaron en el buque cisterna de los bomberos e iniciaron ferozmente la embestida, dispararon contra nosotros, avanzaron hasta el vocho y fueron replegados con bombas y rocas, las balas silbaban sobre nuestras cabezas sin alcanzarnos. Un piquete de granaderos quiso entrar por el gimnasio del carolino y también lo rechazamos, las balas retumbaban en la pared y las bombas caían sobre el asfalto, sus balas no nos herían, ni tampoco nuestras bombas les llegaban. Del lado del campanario fue lo peor, después de dos horas de mantenerlos a raya, se oían disparos esporádicamente, los francotiradores, como en tiempos de la segunda guerra mundial, abrían fuego sobre nuestros compañeros desprotegidos. A Enrique le cayó una bomba lacrimógena a sus pies, la toma para regresarla y le estalla en sus manos, lo bajan y lo llevan a la fuente del tercer patio y le prestan auxilio, se recupera y vuelve a subir al campanario, franco y desprotegido, lo alcanzan tres balas del francotirador, falleciendo al instante. Más tarde nos informan que Alfonso Calderón defendía la entrada del carolino, de los que disparaban del Hotel Colonial, cuando una bala se aloja en su cuello, por la tarde nos enteramos que también había fallecido, Víctor Medina también murió cerca del campanario, de la azotea del carolino. Por la tarde llegaron reporteros de todos los medios, entre ellos Ricardo Rocha de televisa. En el salón paraninfo yacía el cuerpo de Enrique con sus ojos sin vida, grises, habíamos perdido la vos de radio Uap, su padre llego en esos momentos y envuelto en llanto abrazo a su hijo. Algunos compañeros bajaron por la ventana del paraninfo el cuerpo de Víctor.
 Sergio Suarez nuestro rector fue cuestionado por los reporteros por el uso de armas de fuego contra los granaderos contestando, que los estudiantes defendieron el alma mater con lo que tenían.

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